Qué quieres que te diga.

Y me quedé arrastrándome en tu ventana, aturdido, sonado, noqueado. Apenas podía levantar una ceja. Imaginé que te acercabas y me ofrecías agua, imaginé que era una playa y había sol, imaginé que era el mar, pero eran los coches los que pasaban por ahí abajo. Las luces se reflejaban en tu techo y escuché cómo abrías el grifo de la ducha, una silueta se desvestía pero no llegué a verte. Antes de irme quise robarte algo, pero no pude agarrar nada con estos guantes, guantes que sólo sirven para tirar besos desde lejos.

Y qué quieres que te diga? que hay que bailar hasta para boxear, y si pierdes un paso, acabas en la lona. Mira que intenté bailar. Mira que te intenté araniar la espalda. Mira que intenté desarmarte con la punta de los dedos, y con el aliento te intenté susurrar como si fuese tu fantasma favorito. Qué quieres que te diga? que si no es a tí no escribo, que sigo retorciendo recuerdos para llenar la copa, que escucha cómo suena este aire. Arrastrándome en tu ventana lo siento pasar. Este aire. Antes refrescaba el verano, ahora le da el bisturí al invierno. Este aire. El que se escapa a suspiros a través del pecho, y por las azoteas, se despenian los gatos que no sabían andar descalzos. Qué quieres que te diga? cuántos mordiscos puede tener una luna a medias, cuántos pasos van de tu casa a la mía, cuántos huesos tienen tus tobillos. Sigo dibujando los círculos que me decías. Uso con los dedos las pinturas azules y verdes. Y se me enciende el pecho como si tuviese diamantes.

Ahora París entero llora. Bombay está de luto y en Perú han decretado duelo. Muevo las piernas como si bailase. Encojo los hilos de mi marioneta y muevo los brazos. Y el mar entero colisiona contra mi espalda. Tiro por la ventana la cama, el sofá y cada mueble de la cocina, y, mientras se estrellan en la acera, los veo caer como gotas de lluvia. Llueve la mesa. Llueven los platos y los vasos. Llueve Berlín y Hannover. Llueve y mira cómo llueve, que me llueve el pecho entero por no olvidar que no quiero olvidar. Voy saltando los charcos como si bailase y mira qué bien caigo en la lona. Bailando. Se me hace un desierto en la garganta y dame agua; tu ventana da a todas las películas en blanco y negro; el océano de las plegarias que sirven para creer en los naufragios.

Y mientras el silencio se lleva lo que queda, el eco ocupa el resto. He aprendido a creer en las cosas que se olvidan y en tu aliento. He aprendido que todos somos criminales, que todos somos los buenos y que al final siempre ganamos. Que más vale un réquiem a tiempo que sentir la piel como si fuese cartón. Que todo sobra y que todo falta. He aprendido. A guardar las ganas en la maleta y a volver a casa de manera respetable. A despeinarte el uniforme. A buscarte por los rincones de la cocina. He aprendido. A que no se note. Al "aquí no ha pasado nada". A tocar el piano en tu costado. A equivocarme. Otra vez. A callarme.

Dónde podré esconder el fantasma en que me he convertido. Dónde guardar el frac de las tantas de la madrugada. Dónde olvidar tus tacones. La botella de oxígeno en la que se ha convertido tu perfume, la nana a fuego lento en la que se ha convertido tu voz, el mapa interminable en el que se han convertido todas tus lluvias. Ventanas que se cierran porque llega el invierno y esta vez va a dar fuerte. El aire, que se hace puntiagudo y trágico. Las olas, que son el tráfico de ahí abajo. Y arrastrándome, como los boxeadores novatos, me quedé en tu ventana. Apenas podía abrir un ojo y no llegué a verte. La próxima te aguantaré dos asaltos. Palabra.


Montag, 24. September 2012

... como el dinosaurio.

... y cuando me lo terminé de liar, me di cuenta de que seguía allí.

Pasó la viruela del verano, la fiebre de los cumpleanios y la falda corta de los días impares. Pasó la carraspera del licor y las alitas de la resaca, pasó el tren a Rusia y el barco a Venus, pasó la medialuna de los gatos de perfil, pasó, y un colega me palmeaba la espalda "eres más tonto que mandado a hacer", no lo sabes ya?, yo repetía que tenía razón, que esas cosas "son asín", que qué se le va a hacer.

En fin, que pasaron los achuchones por las esquinas y el honor empalmado bajo la mesa, y me vi sentado en el suelo de la Mühlenstraße a las ocho de la maniana, acabando el botellín que había robado. Entonces pensé que en casa se estaría más calentito, me empecé a reír y no sabía por qué. Salud. El buen samaritano me echó en mi buzón y al día siguiente me recogí, me abrí por el lateral y dentro no había cartas. Qué pocos detalles tengo. Ni conmigo mismo. De alguna manera, claro.

Ella era un talento. Yo, lo mismo de siempre. Rondábamos los tejados con desgana y fuimos a coincidir detrás de una papelera. No. Ella era dulce. Yo, un pervertido. Me la crucé por la calle y le acabé gritando "te la tengo jurada". No. Ella era obscena. Yo, un santurrón de invierno. Nos encontrábamos en la frontera de manera furtiva para cambiar tabaco. Tampoco. La verdad es que yo era doctor pero estaba convaleciente, después de una operación de tobillo. Ella también era doctora pero estaba convaleciente en la camilla de al lado. A veces me curaba la herida y a veces yo le curaba la suya. Como en un sesenta y nueve. Nos hicimos la rehabilitación dándonos masajes mutuamente. Yo le trabajaba los gemelos, ella a mí los tobillos; yo la tibia, ella el peroné; el calcáneo, el tarso y el metatarso, aprendí de memoria los huesos del pié y no le dejé uno sin tocar. Mira qué soltura tengo en el tobillo. Me lo dejó mejor que nuevo. Pasó la rehabilitación y, por aquello de la costumbre, había que probar cómo se corría con los pies nuevos. Echamos a correr cada uno por un lado y todavía voy por el esprint. Magnífico. Los músculos me siguen funcionando perfectamente. Debía habérselo dicho. "Hacemos un equipo perfecto". No. Ella era elíptica y yo, astrónomo. Me escupía pepitas de cielo y yo hacía mapas. No. Ella era la Bestia y yo, el Bello. No. Caperucita armada. Los Dos Cerditos. Azúcar de sacarina. No. Ella era un talento. Yo, lo mismo de siempre. Lo mismo de siempre.

La moraleja?, la moraleja se fuma en papel fino, se le echa poquita, para que no se te vaya la cabeza, y a veces te da un viaje que ni Julio Verne. La moraleja. Como si hubiese. Estuve toda la noche tirándole los tejos, cantándole las gracias y pagando sus gin tonics, después llegó otro, le susurró "... qué buen pelaje tienes" y aún me río de mí mismo y de la carita que se me puso cuando la vi tirar. Siempre es un buen momento para brindar por lo listo que es uno. Salud. Y cuando me di cuenta, otra vez estaba saliendo el sol.

... y cuando me lo terminé de liar, me di cuenta de que todavía seguía allí.

Freitag, 21. September 2012

 
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