Hilo rojo y chucherías.

Te dejo esta nota en tu ventana.
Estoy cosido.
Las cartas que te escribía, recuerdas?.
Tormentas encajadas en el lado derecho del paracaídas.
Quitando las flores podridas del florero.
Miro postales de cuando las tripas rotas.
En la buhardilla se quedó dormida mi cenicienta.
Las flores con las que te adorno el pelo.
Las fotos de los días de playa.
Mirando cómo crece el invierno en plantas que se congelan.

Apareció un agujero en mi tobillo.
Los inviernos que pasan detrás de la ventana.
El olor de la cocina, el piano del sofá, ábreme el balcón.
Limpié de hormigas el patio del colegio.
El silencio que va creciendo detrás de la espalda.
Volaban pájaros por el cielo de las revueltas de Chile.
El día que descubrí Luz en los rincones de mi piano.
Esa manía de mirar al suelo de mirar al suelo de mirar al suelo.
De mirar al suelo y mira cómo sube el invierno por la rodilla.

Fundamos las monedas que nos queden.
Pongamos guirnaldas por si llegan invitados.
Hagamos algo absurdo y sin sentido.
Hagamos algo para enamorarnos.
Escribámonos las vidas en una botella a la playa.
Cosámonos los costados con hilo rojo y chucherías.
Gastemos esta sangrecita en dibujos.

Los colores que tiene el silencio de tu aliento.
He cambiado la ternura de mis cortinas.
Por frases congeladas de suicidas.
Los relojes dan vueltas de nuevo de nuevo de nuevo.
Fotos que echan ancla en otro horizonte.
La resaca de un vino que nunca probamos.
Las cartas que te escribía, recuerdas?
Estoy cosido.
Te dejo esta nota en tu ventana.

Sonntag, 20. November 2011

El ángel de los dictadores.

Despierto son las cinco y media. Noche. A rastras al cuarto de banio. Luz como alfileres. Cara. Espejo. Soy yo?. Agua. Frío en el suelo. Café frío. Radio. El alma se me va despertando. Drogas para agitar al corazón. Funciona. El segundo café me lo puedo calentar. Sigue siendo de noche. Las seis y cuarto. Empieza a correrme la sangre por las venas. En la ducha entro como una resaca y salgo como un recién nacido. Delante del espejo aparezco como un ángel. Escojo uniforme. Camisa blanca, jersey negro, vaqueros y botas. Termino el café mientras repaso los materiales: anestesia, bisturí, sierra y cuerdas. Cierro el maletín. El reloj marca las siete. El abrigo es negro y caliente. La calle me clava pequenias astillas de hielo en las piernas. En diez minutos estoy en el instituto. En el mismo instante que pongo un pie en la puerta siento cómo el dedo de Dios me toca la frente. Soy divino.

Tengo la llave de la Sala de Dictadores. Un privilegio que me hace parecer ejecutor. Dentro, como en una especie de limbo, las demás divinidades se regocijan en su naturaleza. Soy un ángel. Suena la senial. Con paso militar, nos repartimos ordenadamente: uno en cada quirófano. Cierro la puerta del mío y me pongo los guantes. Frente al grupo, "La incisión se hará en el lóbulo posterior. Taladraremos la cáscara del hueso e injertaremos las extensiones programadas. No sentiréis dolor si no os movéis". Soy otro dictador sádico. "Soy bueno. Lo hago por vosotros. Será positivo si asimiláis los implantes. Tranquilos. Quiero perdonaros la vida. Soy bueno".

Cuando la anestesia hace efecto, el bisturí separa la piel del cráneo. El taladro suena como las tizas en la pizarra. De un modo matemático y profesional, se separa el hueso con cuidado -crock-. Aparto la piel interna: Olor a carne caliente de Justin Bieber y Lady Gaga. Bajando con cuidado hacia la capa inferior se introducen las extensiones. El implante se puede hacer en setenta y ocho minutos. Cubrir la superficie operada con el tejido interior. Encajar el hueso y sellar. Unir la piel con puntos invisibles. Tiempo.

Cuando el paciente recupera la consciencia "Doctor, tiene usted unas manos de plata. Apenas siento dolor" - "De nada. Sigan el tratamiento y el Jueves nos volvemos a ver. Será positivo. Tranquilos. Sí. Soy bueno con vosotros". Recojo el material minuciosamente. "Es usted un ángel". El ángel de los dictadores. Guardo la mordaza, el juego de bisturís y recojo los restos. Dejo el quirófano higienizado, pronto operarán de nuevo, vuelvo a la Sala de Dictadores. Allí, se ensenian unos a otros los trozos de cerebro de otros pacientes "Es una malformación horrible" - "Es abominable, cómo se puede llegar a ésto?" - "... sólo una inyección y dejan de sentir, creemos que es lo mejor. Sí". Yo escondo las alas y respeto mi pose. Formo parte del grupo. Un superior: "Ha ejecutado con eficiencia nuestro cometido?" - "Los planes están siendo respetados escrupulosamente. Sí. Seguimos procediendo con las metas previstas". Respuestas exactas y quirúrgicas de acero inoxidable. San Mengele.

Por los pasillos, los enfermos con sus pijamas van saludando. "Doctor, doctor, gracias por ser piadoso", "Doctor, el tratamiento nos está sentando bien, ya casi podemos mover las piernas". Yo les acaricio la cara. Soy el único doctor que les sonríe y les mira a los ojos. El ángel de los dictadores. A veces se puede oler el miedo de alguno cuando me acerco. La jornada ha sido satisfactoria. Sí. Apenas salgo del hospital siento como van desapareciendo las alas. El maletín se va haciendo más ligero. El reloj dice que son las dos y media. Yo siento que me acabo de despertar con un agujero en el corazón del tamanio de un transatlántico.

Montag, 7. November 2011

 
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