Pasamos sin tocarnos siquiera. Perdidos cada uno en su guión milimetrado, intentamos hacer un hueco en cualquier banco de las ocho de la tarde y sólo quedó el hueco. Intentamos. Variar el rumbo del barco, gigantesco de cada uno, pero quedaba demasiada agua sin navegar. Aquello del instinto era lo peor. Los instintos, quiero decir. Uno decía: Que no sea, café, que sea cerveza; otro decía: No puede ser, dejaré de contestar y la sangre no se saldrá de las venas; otro decía: Tenemos que aterrizar en el mismo aeropuerto. Y los veintidós años me arañaban la espalda y me apretaban el pecho como si ocurriera u ocurriese.
Tiré el móvil para que no me acusara. Quiero decir, yo mismo. Me excomulgué de la comunión por exceso de exceso e hice como si no estuviera. De hecho no estaba. No quería estar. No podía estar. Yo no estaba allí, así que pasamos sin tocarnos e hicimos como si no nos hubiésemos tocado. Dos enormes barcos que no siquiera asoman las alas por las ventanas de un verano en transición. Otra transición. Ésta ya duraba más de cinco años. Volvimos a ser higiénicos. Ya éramos profesionales. Incluso teníamos los vicios viciados: Nos salía tan bien que no queríamos volver a serlo.
Tangentes. Todo era tan complicado que no merecía la pena. Estábamos ta tranquilos siendo otra persona que porqué estropearlo por culpa de la literatura.
Tangentes
Publicado por Búfalo um 21:01
Etiquetas: Literaturas
1 Comment:
Debería decirte que tienes razón. Que llega un momento en que todo es una mierda o que todo es una mentira que quizá nunca fue una verdad. Debería decirte todo eso y algo menos.
Pero prefiero dejarte una ñ en blanco, para que la próxima vez que la necesites no tengas rastros de gris...
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