... como el dinosaurio.

... y cuando me lo terminé de liar, me di cuenta de que seguía allí.

Pasó la viruela del verano, la fiebre de los cumpleanios y la falda corta de los días impares. Pasó la carraspera del licor y las alitas de la resaca, pasó el tren a Rusia y el barco a Venus, pasó la medialuna de los gatos de perfil, pasó, y un colega me palmeaba la espalda "eres más tonto que mandado a hacer", no lo sabes ya?, yo repetía que tenía razón, que esas cosas "son asín", que qué se le va a hacer.

En fin, que pasaron los achuchones por las esquinas y el honor empalmado bajo la mesa, y me vi sentado en el suelo de la Mühlenstraße a las ocho de la maniana, acabando el botellín que había robado. Entonces pensé que en casa se estaría más calentito, me empecé a reír y no sabía por qué. Salud. El buen samaritano me echó en mi buzón y al día siguiente me recogí, me abrí por el lateral y dentro no había cartas. Qué pocos detalles tengo. Ni conmigo mismo. De alguna manera, claro.

Ella era un talento. Yo, lo mismo de siempre. Rondábamos los tejados con desgana y fuimos a coincidir detrás de una papelera. No. Ella era dulce. Yo, un pervertido. Me la crucé por la calle y le acabé gritando "te la tengo jurada". No. Ella era obscena. Yo, un santurrón de invierno. Nos encontrábamos en la frontera de manera furtiva para cambiar tabaco. Tampoco. La verdad es que yo era doctor pero estaba convaleciente, después de una operación de tobillo. Ella también era doctora pero estaba convaleciente en la camilla de al lado. A veces me curaba la herida y a veces yo le curaba la suya. Como en un sesenta y nueve. Nos hicimos la rehabilitación dándonos masajes mutuamente. Yo le trabajaba los gemelos, ella a mí los tobillos; yo la tibia, ella el peroné; el calcáneo, el tarso y el metatarso, aprendí de memoria los huesos del pié y no le dejé uno sin tocar. Mira qué soltura tengo en el tobillo. Me lo dejó mejor que nuevo. Pasó la rehabilitación y, por aquello de la costumbre, había que probar cómo se corría con los pies nuevos. Echamos a correr cada uno por un lado y todavía voy por el esprint. Magnífico. Los músculos me siguen funcionando perfectamente. Debía habérselo dicho. "Hacemos un equipo perfecto". No. Ella era elíptica y yo, astrónomo. Me escupía pepitas de cielo y yo hacía mapas. No. Ella era la Bestia y yo, el Bello. No. Caperucita armada. Los Dos Cerditos. Azúcar de sacarina. No. Ella era un talento. Yo, lo mismo de siempre. Lo mismo de siempre.

La moraleja?, la moraleja se fuma en papel fino, se le echa poquita, para que no se te vaya la cabeza, y a veces te da un viaje que ni Julio Verne. La moraleja. Como si hubiese. Estuve toda la noche tirándole los tejos, cantándole las gracias y pagando sus gin tonics, después llegó otro, le susurró "... qué buen pelaje tienes" y aún me río de mí mismo y de la carita que se me puso cuando la vi tirar. Siempre es un buen momento para brindar por lo listo que es uno. Salud. Y cuando me di cuenta, otra vez estaba saliendo el sol.

... y cuando me lo terminé de liar, me di cuenta de que todavía seguía allí.

Freitag, 21. September 2012

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