… Y me dice “Eres un gilipollas. Tú
te crees que soy tu madre, para aguantarte las tonterías y las
frustraciones tuyas?. Tú qué te has creído?”, sus ojos estaban
redondos y movía las manos violentamente. “Para qué carajo me
llamas? Para qué quedas conmigo si siempre haces igual?. SIEMPRE, y
quién tiene que perdonarte siempre? Yo!, mira... te iba a decir que
paso de tí, pero es que ni siquiera me lo planteo, imbécil, qué
facilidad tienes para amargarme la vida, hostia”.
Yo pensaba que se calmaría. Guardé
silencio y ni me moví. Intentaba mirar al suelo, no mover ni las
cejas. Escuchar y punto. Ella mira a la ventana. Niega con la cabeza
y sigue “tú te crees?, estoy tan tranquila en casa, con mis
movidas, mis problemas y mi vida controlada, y otra vez me llamas, y
otra vez me tocas los cojones, y otra vez lo revientas todo, y otra
vez... me cago en lo más sagrado, es que tú no creces?, es que te
vas a morir así de tonto?. Te crees que eres el único en el mundo?
Que todos tenemos que servirte?, serás tonto! (arrojó el mechero
encima de la mesa después de encenderse otro cigarrillo)...
pfffff... no sé cómo te aguanto. Soy yo la que no me
entiendo. No se puede ser buena con nadie. Pero cómo me queda moral
para creer que has cambiado?, que te has vuelto... normal?. Siempre
te superas”.
Intenté responder, claro, tímido y
sumiso, “... sólo te hice caso...” y le faltó tiempo para
rebotarme “... pero tú te crees que soy tu madre??, que te voy a
limpiar las caquitas?, que te tienen que vestir?”. Me estaba
mirando. Podía sentir sus ojos taladrándome la cabeza mientras yo
miraba al suelo. Silencio. Se acercó a la ventana. “... Vete,
anda. Vete a tu puta casa, que te aguante otra”. Me levanté.
Procuré no hacer ruido y me fui.
Hay que ver lo que duele escuchar
cuatro verdades. Llevaba la razón en todo. Qué pena no poder
contestar. Yo quería no pensar, pero cómo se hace eso?. Sólo
tenía ganas de meterme en la cama y no salir en un semestre. Y qué
pena no poder escuchar eso más a menudo, así no se me olvidaría. A
mí lo que me hace falta es una sargenta. Otros necesitan enfermeras,
otros necesitan madres, profesoras o cocineras. Yo, una sargenta, que
me quite las ganas de pensar que soy medianamente válido. Es lo que
hay.
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