Había empezado a nevar. La nieve formaba piedras donde no las había y agujeros donde sí. Bajo la nieve, dormida como en las fotografías, las fiestas de cumpleanios, los dormitorios alquilados de los últimos diecisiete anios, y las candelas de los campings cuando llevábamos botellas y un saco de dormir. Las chimeneas marcaban el ritmo del horario. Puntualmente funcionábamos de un modo biológico, debajo de la nieve de la comida congelada estaban los dibujos que hicimos para el dormitorio y la tetera de la cocina, el olor del té se estrellaba contra los cristales mientras llovía y las gotas llenaban el lago donde íbamos en verano, la corriente del río era como el humo de los bares a la una de la noche, tú siempre buscabas un sofá y yo movía con el dedo el hielo de la copa. Fuera hacía frío. Nevaba. Diecisiete grados bajo cero. Batimos un récord. Baho en las respiraciones. Era humo. Puntualmente funcionábamos la maquinaria para volcar por el cielo el día siguiente. El siguiente. A fuerza de pedales para subir la cuesta que llevaba a tu casa y en tu casa estaba el parque del verano con globos y luces chinas, sonaba un concierto y llevé una botella de gazpacho a Peter porque estaba estudiando. Me invitó a un cigarrillo como agradecimiento. Peter también estaba congelado, con sus libros y sus bicicletas. Junto al puente de piedra y al sofá que llevamos a su piso. Qué cómodo era el sofá. Tuvimos que descansar en el puente de piedra y la gente se extraniaba de vernos allí, sentados en un sofá.
Había vuelto tarde. Tenía la cara helada mientras bajaba la cuesta con la bicicleta. Mientras bajaba la cuesta con la bicicleta iba formando colores. Los colores dibujaban el salón, la cocina, otra cocina dentro de tu cocina o tu cara sonriendo en la cocina que estaba detrás de la cocina. En una cocina, yo cocinaba para tí, en otra tú me esperabas con una ensalada, cómo era? miel, mostaza y pimienta?. Habíamos salido al pueblo de al lado. Era Domingo por la tarde. Los Domingos por la tarde íbamos a Kunitz. Kunitz estaba congelado y, bajo la nieve, estaban enterradas dos pizzas. Me descongelé una para cenar porque ya había salido el humo de las ocho de la tarde. Había que cenar temprano. Este invierno es interminable. el olor de la pizza significaba tu mesa de madera y tu mesa de madera significaba que me estabas esperando para decir que debía haberle puesto más queso. Habíamos traído el queso del viaje a Ámsterdam cuando estuvimos una semana entera, lo compramos sólo porque la dependienta era simpática y sabía hablar alemán. La pizza de las ocho y cuarto. Maniana había que soltar humo, como las fábricas que marcan las horas. Chimeneas y el luto de Buchenwald. Buchenwald estaba congelado también. Tú lloraste en la puerta y allí te quedaste congelada también, sobre la nieve que te ocultaba se podían ver las formas de Berlín, de Múnich y de Hanover, y cerca de Hannover, una universidad que también estaba congelada. El Este es otra cosa, me decías. Me compré un gorro ruso y pensé que ese invierno nunca pasaría.
Este invierno nunca va a pasar.
Nunca va a pasar.
La poética del error
Publicado por Búfalo um 17:13
1 Comment:
El invierno es como el luto: se lleva por dentro...
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